miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL HOSPITAL

Esta noche ha sido intensa. Nada menos que nueve partos simultáneos. Todavía llevo los guantes ensangrentados pero sonrío ante el espejo de la sala de curas.
Todos sanos. Cuatro niñas y cinco niños. Preciosos, con el peso ideal, con la carne rosada y tersa. Sin taras, sin enfermedades cutáneas. Perfectos.
Me siento agotado pero el esfuerzo ha valido la pena. He encargado a las enfermeras que los laven a conciencia y los coloquen en sus cunitas numeradas. No deben cometer ningún error al respecto, sería catastrófico. Cada niño lleva su número tatuado en la nalga desde su nacimiento y es designado a su cuna.
Entro en la habitación que hay a continuación de la sala de quirofános. Me desnudo y me ducho para quitarme el sudor y el cansancio de esta larga noche. El agua resbala por mi cuerpo terso y juvenil, no aparenta la verdadera edad de mi alma aunque ya siente el dolor y la enfermedad llegar en oleadas oscuras que me invaden sobretodo en sueños.
Esta noche estoy más feliz que nunca. El duro trabajo y la larga espera han dado sus frutos. Uno de los recién nacidos está destinado para mí. El 7, mi número de la suerte. Todos sus genes han coincidido, su grupo sanguíneo e, incluso, el color de sus ojos, aunque eso realmente no es tan importante.
Mañana seré yo quien me tumbe en la cama del hospital y no las madres que aguardan en sus camas de hospital para practicarles las cesáreas. Será a mí a quien sometan a la operación de rutina distinta de la de ellas pero en el fondo igual de importante. Toda la vida del bebé número siete pasará a mis venas.
Es increíble el avance de la ciencia, hoy unos pocos elegidos somos inmortales.