miércoles, 11 de enero de 2012

TURBIO

Turbio. Hoy me he levantado turbio. Es la única palabra que me viene a la cabeza. No distingo las cosas a lo lejos, se ven como distorsionadas. Y un pum pum en las sienes me sigue a cada paso.
Mi mente es un torbellino de ideas tontas. En el ascensor he visto entre nubes unos seres alados que me miran sonriendo. Pero no son ángeles, tienen dientes y los ojos rojos; son demonios, creo.
En la calle el sonido de mis pasos retumba en mis oídos y todo se ve turbio. Unas moscas me siguen. Escucho su zumbido asqueroso cerca de mis orejas y las intento espantar, pero ellas se alejan un poco y regresan al momento con su zumbar molesto.
La gente me mira al pasar. Deben pensar que soy un loco o que estoy borracho, dando aspavientos con las manos al aire vacío para ellos. No ven a todos esos seres que me siguen y me incordian.
Los ángeles del diablo se encuentran a mis espaldas y me tocan, me estiran de los rizos y ríen traviesos.
Al final corro enloquecido. Todo la realidad se convierte en un borrón. Las personas y las tiendas van desapareciendo en aquella oscuridad que avanza hacia mí. Grito.


La enfermera me pincha el brazo. Suavemente me levanta la cabeza y deposita una almohada. No habla, pero sonríe. Me produce paz su presencia. Todo es blanco y no parece que los ángeles y las moscas hayan podido entrar en ese cuarto tan limpio.
Oigo una tos. Es el doctor que me está observando muy serio. A su alrededor comienza a surgir la negrura de nuevo. Los ángeles han vuelto y al médico lo rodea un ejército de moscas. Sonríe y de su boca surgen más moscas. Cierro los ojos y quiero morir pero no muero. Sólo están allí, sonriendo, no me hacen daño. Tengo miedo y grito de nuevo.

Estoy atado y ya no puedo gritar. Una mordaza me tapa la boca. No quiero abrir los ojos pero la enfermera me coloca cruelmente unos palillos en los ojos para no cerrarlos. No puedo huir de ellos aunque intento, con movimientos bruscos, zafarme de las ligaduras que me atan a la cama.

El doctor y la enfermera sonríen. Las moscas los acompañan y a su alrededor solo les rodea la oscuridad. Vuelvo a sentirme turbio. Deseo dormir pero no puedo cerrar los ojos a causa de los palillos y mi mente se convierte en un infierno.

Ha pasado mucho tiempo. Hace horas, o días, o siglos, que el médico y la enfermera me han dejado solo en compañía de esos monstruosos ángeles que me enloquecen con sus risas de niños traviesos. No me dejan pensar, en mi mente revolotean pensamientos turbios, porque mi cerebro ha sido medio consumido por esa oscuridad y en mi cabeza ya solo habitan las moscas.

Deseo morir, anhelo poder cerrar mis ojos y sumergirme en el sueño del olvido. Sé que eso va a ser imposible. Mi tormento no cesará. He visto como me alimentan vía intravenosa. Soy un conejillo de indias en un experimento del infierno....