viernes, 28 de diciembre de 2012

LA LEYENDA DE LA SIERRA MECÁNICA DEL PANTANO DE ARGUIS


"Cuentan los ancianos del lugar que todavía se oye la sierra mecánica a lo lejos en días como hoy. En esas fechas no salen a cazar al bosque. Temen que regrese desde el fondo del pantano y vuelva a matar".

Es cierto esto que os cuento. Hoy estoy tomando café con un pastor del pueblo. En el viejo bar con las mesas carcomidas y repletas de firmas. Le tiemblan las manos mientras recuerda los sucesos de aquel otro viernes. Siente miedo y me dice, bajito, que no se me ocurra acercarme al bosque y menos pasear por la presa.
"Él está allí. Nunca lo encontraron. Se lanzó al lago después de matar a quince personas. La policía buscó con buzos. No lo hallaron, ni a él ni a su sierra mecánica, comprada en la ferretería de la ciudad aquella misma tarde de los asesinatos".
El anciano me mira y sorbe de su taza. Un ruido incómodo rompe nuestro silencio. Yo anoto en mi libreta todo lo que me cuenta, ávida, son datos exclusivos para mi reportaje periodístico.
Quiero ir más allá, no solo escuchar sus palabras y le ruego que me acompañe a la presa. Deseo caminar por las mismas húmedas sendas por las que caminó aquel loco asesino. Y el pastor me mira asustado pero asiente. Le han convencido un fajo de billetes que, mágicamente, han salido de mi bolso. Pienso que no tengo escrúpulos pero mi revista me ha dado instrucciones bien claras.
"Queremos fotos, pruebas, testigos, no escatimes en gastos".
Salimos del lugar caminando encogidos. Una brisa helada, había nevado en las cumbres de las montañas la noche anterior, nos enfrió los ánimos. Sentí una punzada de miedo pero no quise demostrarlo y continué caminando junto al pastor.
La presa estaba desierta, como ya dije, ese día no pescaban, si salían a pasear a los perros. Era un día de asueto para los hombres del bosque. La serrería cerraba por descanso semanal y todo el mundo se refugiaba en sus casas al calor del fuego del hogar.
El bosque también se encontraba en silencio. Me extrañó no escuchar ni un trino de pájaro. Avanzamos por la senda con los sentidos en guardia. Algo tenso se respiraba en el ambiente.
El pastor se detuvo a mitad de camino y me miró con ojos cansados.
- Escuche.
Y oí a lo lejos el sonido de una sierra cortando ramas. ¿Ramas? La serrería estaba cerrada. Ningún trabajador había salido esa mañana a faenar.
- Deberíamos irnos. Él sabe que hemos venido a buscarlo. ¿Ve ese árbol? Allí encontraron apoyado el último cuerpo mutilado. Aún hay restos de sangre seca en las raíces salientes. Mire.
Hice fotos, eran las pruebas reales de aquellos misteriosos asesinatos. Mis jefes estarían contentos.
El sonido de la sierra mecánica se oía más nítido y dejé de hacer fotos. Nos miramos asustados. Estaba allí, a dos pasos de nosotros. Vi como un destello metálico surgía de la maleza y, sin tiempo a reaccionar, la cabeza de mi testigo principal del relato rodó por el suelo.
Grité enloquecida y salí huyendo. Por el camino perdí la cámara, los zapatos y el bolso con el cuadernillo de notas, pero no me detuve a recogerlos. Mi vida era más importante que la noticia.
Una carcajada tronó en el bosque y volvió a rugir la sierra junto a mis oídos. Al mirar atrás vi a un hombre. Llevaba una máscara y sonreía.

No regresé nunca a ese pueblo, no escribí el artículo. En la revista me trataron de loca. Pero yo tenía pruebas de que fue verdad lo que ocurrió. Llamé al ayuntamiento y pregunté por Pascual, el pastor que me acompañó al bosque. Me contaron que llevaban meses buscándolo por toda el monte. Creían que se había perdido. Su casa estaba cerrada y sus ovejas abandonadas.
Soy la única qué conoce su paradero. Antes de desaparecer, el asesino arrojó su cabeza al fondo del pantano....