domingo, 27 de abril de 2014

LOS ESTALACTITOS


Los excursionistas descendieron al interior de la cueva. Iban bien preparados con sus neoprenos, sus cuerdas de seguridad, sus cascos; y un guía autóctono.
Andrés había pagado la escandalosa suma de 30.000 euros por aquella excursión al interior de la tierra, al paraíso que cualquier espeleólogo querría visitar antes de morir.
El fondo de la oquedad se hallaba húmedo. El ruido de las gotas que caían del techo con paso cansino, se escuchaba con la precisión del tictac de un reloj antiguo.
Andrés fue el primero en tocar suelo. Ayudó a sus compañeros y soltó las cuerdas. El guía señaló una pequeña senda, apenas visible con la luz de las liternas de los cascos.
_Por allí_, dijo en un castellano rudo pero entendible.
Fueron avanzando maravillados. La cueva mostraba sus recovecos mágicos y alucinantes. Más mágica en la realidad que en los folletos publicitarios de la agencia que la promocionaba.
"Lástima no haber traído cámara de fotos"_ Pensó Andrés contemplando las curvas y estalactitas milenarias que encontraba a su paso.
El grupo avanzaba despacio. El guía los dejaba ir y, poco a poco, sin que ellos se percatasen, se fue quedando atrás, mientras Andrés y sus compañeros se adentraban en la profundidad de la sima.
El estrecho camino se abría dando paso a una gran bóveda, de esas de película. La oscuridad era total, el techo parecía que no tenía fin y se sentía el profundo malestar de la falta de oxígeno.
La claustrofobia hizo acto de presencia justo al desaparecer el guía. Andrés giró y alumbró con su linterna hacia la salida de la cavidad. Ni rastro del que los había llevado hasta allí. Sus compañeros lo miraban con los ojos desorbitados.
_¿Y ahora qué hacemos? ¿Volvemos? ¿Y el indígena ese? ¿Dónde narices se ha metido? ¡Si es una broma de cámara oculta no tiene graciaaaaaaaaaaaaaa!_ Gritó el más joven de los cinco a las inmensidades oscuras de la cueva.
Algo respondió:
_ciaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, ciaaaaaaaaaaaaaaa, ciaaaaaaaaaaaaa, ciaaaaaaaaaaaaaaaaaa...
Y algo despertó...
Andrés fue el primero en descubrirlas. Unas extrañas y diminutas estalactitas al fondo de la cueva. Antes no estaban allí, al entrar ese hueco él lo había visto vacío. Giró la cabeza y la oscuridad ocultó las formas.
_¿Habéis visto eso antes?_ dijo, señalando a las figuritas y alumbrándolas de nuevo._ Joder, están más cerca que antes, se mueven.
_Andrés, no tiene gracia, ¿qué dices? ¿Cómo se van a mover si son de piedra?
Los seres avanzaban, guiados por las voces, como zombis atraídos por el olor de la sangre.
La luz de los cascos apenas iluminaba la totalidad de la caverna y las estalactitas se acercaban silenciosas, no tenían pies ni boca, solo se dejaban resbalar por la humedad de la roca. Ni siquiera siseaban.
Andrés no sintió al primero, La bota que calzaba, especial para la travesía y para el descenso de barrancos no le dejó sentir el roce. Los estalactitos, seres ancestrales que habitaban la cueva desde antes de que el ser humano poblara la tierra necesitaban alimento.
Poco a poco rodearon a los excursionistas. Unos más altos que otros, unos más antiguos y otros recién nacidos de la tierra. Les resultaba fácil atrapar a aquellos cuerpos blandos, ellos eran como lapas, se adherían a la ropa, a la piel y quemaban como el hielo en la lengua.

El guía solo oyó un alarido atroz que resonó por todos los pasillos de la cueva. Sonreía mientras escalaba hacia la salida. Todos los años se repetía la historia. Su web hacía dos días que se había vuelto a cerrar. La agencia ya no estaba en la esquina de la calle Alfonso. Ahora le quedaba un año de disfrute de sus euros. Para la próxima fecha el negocio estaría preparado en otro país, en otra ciudad...