El río fluía triste. Las rocas ennegrecidas dormían la plácida noche infinita. En el fondo, las algas se mecían a compás de la corriente y algún que otro pez de agua fría mordisqueaba la arena en busca de migas que llevarse a su empequeñecido estómago pero al poco de nadar moría.
El bosque languidecía y las aves hacía días que habían huido. Ellas, las más inteligentes almas de aquel desierto planeta la vieron venir antes que nadie.
La sombra llegó por el río. Desde el horizonte se la veía acercarse como en "La Niebla", pero era real y olorosa. Un olor a podredumbre invadió el espacio de repente. El cielo se tornó de un rojizo infierno y el sol desapareció.
Aquella inmunda nube duró tres largos meses. Las cosechas se marchitaron, los animales murieron y el hombre decidió que la mejor manera de arreglar aquello era bombardear la nube. Los países ricos se unieron en la lucha contra aquella nube de inmundicia, pero con cada misil nuclear lanzado a los cielos, la nube se hacía más fuerte, más grande, más ancha. Y el sol ya nunca apareció en la Tierra.
Hace 2000 años de aquella catástrofe. Hoy ya ha salido por fin el sol y el río fluye manso y tranquilo. Algún pajarillo ya se oye en el bosque y los pececillos han vuelto a mordisquear las algas del fondo del pequeño río.
La nube se fue tal y como llegó. Se llevó lo que no servía, arrasó con la inmundicia, no quedó en la tierra ningún ser destructivo, ningún alma podrida. Solo sobrevivieron las almas limpias. En las rocas se ocultaron, asustadas pero unidas. Las máscaras de gas les salvaron la vida. Eran pocos pero volverían a poblar la tierra. Nunca supieron por qué razón llegó la nube ni quien la envió desde los cielos. Nunca se atrevieron a volver a las ciudades sucias, fueron las que peor paradas salieron de la catástrofe. Y temían que la nube regresara si los encontraba entre los escombros de piedra y hierros donde comenzaba a crecer la hierba.
El hombre aprendió a compartir el bosque y la tierra, a labrar con sus manos los campos y a servirse solo de lo imprescindible para su supervicencia y los animales volvieron a ser los dueños de su amada tierra.
Mientras, en el fondo de un volcán latía la nube oscura aguardando, agazapada, olisqueando el aire que ahora era libre de nuevo, en busca de seres con los que alimentar su carroña. Regresaría de nuevo....