domingo, 18 de enero de 2015

LA CUEVA



Era tan obvio que nunca se percataron de que en realidad sí existía. Tantas historias narradas desde el principio de la historia de la humanidad; escritas por locos, por ilusos que inventaban leyendas sobre su existencia. Y al final se comprobó que en el fondo de aquellas cuevas, seres gigantes aguardaban el momento idóneo para acabar con la plaga que invadía la Tierra.

Almudena paseaba por el lindero del bosque. Había alquilado una pequeña cabaña para pasar un fin de semana aislada de la vorágine de la ciudad. Su trabajo la tenía inmersa en una espiral de locura, sin salida, oscura y triste. Miserias de sueldos recibidos con agradecimiento al final de cada mes, solo para sobrevivir un poco más y morir más lentamente.
Se había robado a sí misma. Y con el poco dinero que se sisó, se marchó al lindero del bosque de las flores muertas. Un lugar plagado de leyendas. Sus cuevas no eran visitadas ni por turistas, ni excursionistas ni científicos. Hacia muchos tiempo que se habían dejado allí, olvidadas, porque el miedo seguía alimentando a la humanidad, aún ya muerta gracias a las nuevas tecnologías.

Caminaba, buscando una inspiración perdida hacía meses. Apenas escribía garabatos en su cuaderno de notas y ninguna idea buena amanecía en su mente marchita.
Descubrió la senda casi sin darse cuenta. Una senda horadara en la espesura de la arboleda, apenas perceptible. O eso creyó Almudena. Y decidió seguirla. Parecía que el bosque le abría paso conforme avanzaba camino de las rocas que se descubrían a lo lejos.
¡Oh! Egocéntrica Almudena. Ella creyó que la naturaleza la amaba y le abría sus brazos de ramas para enseñarle sus secretos, sus rincones paradisíacos. Y, alegre, como una colegiada recién salida de la escuela, avanzó hacia las cuevas que la observaban con sus ojos oscuros.
Almudena llegó hasta ellas. No sintió terror alguno, ni siquiera se le pasó por su mente que dentro de aquellas oquedades negras le aguardara la muerte.
Entró como se entra en un supermercado. La luz de la tarde daba de lleno en su interior y pudo ver que no había nada interesante. Solo una cueva como otra cualquiera. Pero la inspiración llegó como un soplo de aire frescto y Almudena tuvo una idea para un nuevo relato.

"Unos hombres antiguos vivieron en aquellas cuevas. Humanos sin ánimo de lucro, que vivían en paz con la naturaleza".

Se dio la vuelta para regresar a su cabaña y comenzar a escribir. Le dio la espalda a la oscuridad y, ella, traidora como siempre, la engulló.

Despertó sin saber cuántas horas había dormido. Despertó sin saber dónde se encontraba. Solo su mente recordaba la cueva y a los hombres que en una época remota habitaron en ella.
No podía moverse. Estaba dentro de una tela. La habrían secuestrado, pensó. Y la violarían, y la matarían. Vaya desastre. Huir de la humanidad para encontrarse con un tarado sexual en el interior de un bosque.

En el exterior de la cueva ya amanecía y un pequeño atisbo de luz penetró en el interior para que Almudena se situase. Se vio a sí misma envuelta en una tela blanca, suave como la seda. Olía raro, a corrompido y a carne muerta. Escuchó un siseo, un susurro de pasos sedosos que avanzaban desde la oscuridad.

Aquella monstruosidad la observaba con sus ocho ojos, mientras una boca inmensa se abría. Y Almudena se desmayó.....


Cuatro meses después un grupo de hombres alcanzó a descubrir la cueva. Entraron con linternas y con pistolas. Solo hallaron los restos de un capullo y unos retazos de ropa. Se los llevaron y pudieron así certificar su muerte. Almudena pudo ser humanamente despedida por su familia.
Ahora, en un pequeños cementerio del pueblo cercano a esa extraña cueva existe otra pequeña lápida donde reposan los restos de seda blanca que, en la noche, regresaron a buscar, cuando supieron que sus congéneres se habían marchado para siempre.
El pueblo callaba el secreto, sus habitantes alimentaban la leyenda. Tenían ya cincuenta y dos lápidas en su cementerio, sin víctimas enterradas dentro. Solo servían para recordarse a sí mismos que la leyenda era tan real como sus míseras vidas.