Turbio. Hoy me he levantado turbio. Es la única palabra que me viene a la cabeza. No distingo las cosas a lo lejos, se ven como distorsionadas. Y un pum pum en las sienes me sigue a cada paso.
Mi mente es un torbellino de ideas tontas. En el ascensor he visto entre nubes unos seres alados que me miran sonriendo. Pero no son ángeles, tienen dientes y los ojos rojos; son demonios, creo.
En la calle el sonido de mis pasos retumba en mis oídos y todo se ve turbio. Unas moscas me siguen. Escucho su zumbido asqueroso cerca de mis orejas y las intento espantar, pero ellas se alejan un poco y regresan al momento con su zumbar molesto.
La gente me mira al pasar. Deben pensar que soy un loco o que estoy borracho, dando aspavientos con las manos al aire vacío para ellos. No ven a todos esos seres que me siguen y me incordian.
Los ángeles del diablo se encuentran a mis espaldas y me tocan, me estiran de los rizos y ríen traviesos.
Al final corro enloquecido. Todo la realidad se convierte en un borrón. Las personas y las tiendas van desapareciendo en aquella oscuridad que avanza hacia mí. Grito.
La enfermera me pincha el brazo. Suavemente me levanta la cabeza y deposita una almohada. No habla, pero sonríe. Me produce paz su presencia. Todo es blanco y no parece que los ángeles y las moscas hayan podido entrar en ese cuarto tan limpio.
Oigo una tos. Es el doctor que me está observando muy serio. A su alrededor comienza a surgir la negrura de nuevo. Los ángeles han vuelto y al médico lo rodea un ejército de moscas. Sonríe y de su boca surgen más moscas. Cierro los ojos y quiero morir pero no muero. Sólo están allí, sonriendo, no me hacen daño. Tengo miedo y grito de nuevo.
Estoy atado y ya no puedo gritar. Una mordaza me tapa la boca. No quiero abrir los ojos pero la enfermera me coloca cruelmente unos palillos en los ojos para no cerrarlos. No puedo huir de ellos aunque intento, con movimientos bruscos, zafarme de las ligaduras que me atan a la cama.
El doctor y la enfermera sonríen. Las moscas los acompañan y a su alrededor solo les rodea la oscuridad. Vuelvo a sentirme turbio. Deseo dormir pero no puedo cerrar los ojos a causa de los palillos y mi mente se convierte en un infierno.
Ha pasado mucho tiempo. Hace horas, o días, o siglos, que el médico y la enfermera me han dejado solo en compañía de esos monstruosos ángeles que me enloquecen con sus risas de niños traviesos. No me dejan pensar, en mi mente revolotean pensamientos turbios, porque mi cerebro ha sido medio consumido por esa oscuridad y en mi cabeza ya solo habitan las moscas.
Deseo morir, anhelo poder cerrar mis ojos y sumergirme en el sueño del olvido. Sé que eso va a ser imposible. Mi tormento no cesará. He visto como me alimentan vía intravenosa. Soy un conejillo de indias en un experimento del infierno....
Cuentos terroríficos para las noches de insomnio. Ven y descúbrelos para contarlos...
miércoles, 11 de enero de 2012
martes, 10 de enero de 2012
EL MUNDO ES UN SUEÑO
El mundo es un sueño. Desde lejos vislumbro el resplandor de la luz cegadora del sol que alarga sus rayos hacia la tierra.
La nave me aleja de ese espejismo y aterrado contemplo la realidad infinita que me rodea. La nada.
No existe el sonido ni la palabra. Todo es silencio y al fondo de este valle en penumbras contemplo la imagen de Dios.
En un espejo se reflejan los dibujos de los planetas que desde niño estudié curioso. Desde allí se expande su luz y su imagen.
La tierra no existe. Es solo un círculo de colores azules y marrones que un niño-dios dibujó en su día, y a su lado las piezas de un puzzle que forman figuras humanas y animales. El niño-dios juega con ellas y, a veces, cansado, las destruye.
Y al final de mi camino veo brillar una estrella. Es el final, es la verdad.
La nave me aleja de ese espejismo y aterrado contemplo la realidad infinita que me rodea. La nada.
No existe el sonido ni la palabra. Todo es silencio y al fondo de este valle en penumbras contemplo la imagen de Dios.
En un espejo se reflejan los dibujos de los planetas que desde niño estudié curioso. Desde allí se expande su luz y su imagen.
La tierra no existe. Es solo un círculo de colores azules y marrones que un niño-dios dibujó en su día, y a su lado las piezas de un puzzle que forman figuras humanas y animales. El niño-dios juega con ellas y, a veces, cansado, las destruye.
Y al final de mi camino veo brillar una estrella. Es el final, es la verdad.
miércoles, 4 de enero de 2012
LA NUBE OSCURA
El río fluía triste. Las rocas ennegrecidas dormían la plácida noche infinita. En el fondo, las algas se mecían a compás de la corriente y algún que otro pez de agua fría mordisqueaba la arena en busca de migas que llevarse a su empequeñecido estómago pero al poco de nadar moría.
El bosque languidecía y las aves hacía días que habían huido. Ellas, las más inteligentes almas de aquel desierto planeta la vieron venir antes que nadie.
La sombra llegó por el río. Desde el horizonte se la veía acercarse como en "La Niebla", pero era real y olorosa. Un olor a podredumbre invadió el espacio de repente. El cielo se tornó de un rojizo infierno y el sol desapareció.
Aquella inmunda nube duró tres largos meses. Las cosechas se marchitaron, los animales murieron y el hombre decidió que la mejor manera de arreglar aquello era bombardear la nube. Los países ricos se unieron en la lucha contra aquella nube de inmundicia, pero con cada misil nuclear lanzado a los cielos, la nube se hacía más fuerte, más grande, más ancha. Y el sol ya nunca apareció en la Tierra.
Hace 2000 años de aquella catástrofe. Hoy ya ha salido por fin el sol y el río fluye manso y tranquilo. Algún pajarillo ya se oye en el bosque y los pececillos han vuelto a mordisquear las algas del fondo del pequeño río.
La nube se fue tal y como llegó. Se llevó lo que no servía, arrasó con la inmundicia, no quedó en la tierra ningún ser destructivo, ningún alma podrida. Solo sobrevivieron las almas limpias. En las rocas se ocultaron, asustadas pero unidas. Las máscaras de gas les salvaron la vida. Eran pocos pero volverían a poblar la tierra. Nunca supieron por qué razón llegó la nube ni quien la envió desde los cielos. Nunca se atrevieron a volver a las ciudades sucias, fueron las que peor paradas salieron de la catástrofe. Y temían que la nube regresara si los encontraba entre los escombros de piedra y hierros donde comenzaba a crecer la hierba.
El hombre aprendió a compartir el bosque y la tierra, a labrar con sus manos los campos y a servirse solo de lo imprescindible para su supervicencia y los animales volvieron a ser los dueños de su amada tierra.
Mientras, en el fondo de un volcán latía la nube oscura aguardando, agazapada, olisqueando el aire que ahora era libre de nuevo, en busca de seres con los que alimentar su carroña. Regresaría de nuevo....
El bosque languidecía y las aves hacía días que habían huido. Ellas, las más inteligentes almas de aquel desierto planeta la vieron venir antes que nadie.
La sombra llegó por el río. Desde el horizonte se la veía acercarse como en "La Niebla", pero era real y olorosa. Un olor a podredumbre invadió el espacio de repente. El cielo se tornó de un rojizo infierno y el sol desapareció.
Aquella inmunda nube duró tres largos meses. Las cosechas se marchitaron, los animales murieron y el hombre decidió que la mejor manera de arreglar aquello era bombardear la nube. Los países ricos se unieron en la lucha contra aquella nube de inmundicia, pero con cada misil nuclear lanzado a los cielos, la nube se hacía más fuerte, más grande, más ancha. Y el sol ya nunca apareció en la Tierra.
Hace 2000 años de aquella catástrofe. Hoy ya ha salido por fin el sol y el río fluye manso y tranquilo. Algún pajarillo ya se oye en el bosque y los pececillos han vuelto a mordisquear las algas del fondo del pequeño río.
La nube se fue tal y como llegó. Se llevó lo que no servía, arrasó con la inmundicia, no quedó en la tierra ningún ser destructivo, ningún alma podrida. Solo sobrevivieron las almas limpias. En las rocas se ocultaron, asustadas pero unidas. Las máscaras de gas les salvaron la vida. Eran pocos pero volverían a poblar la tierra. Nunca supieron por qué razón llegó la nube ni quien la envió desde los cielos. Nunca se atrevieron a volver a las ciudades sucias, fueron las que peor paradas salieron de la catástrofe. Y temían que la nube regresara si los encontraba entre los escombros de piedra y hierros donde comenzaba a crecer la hierba.
El hombre aprendió a compartir el bosque y la tierra, a labrar con sus manos los campos y a servirse solo de lo imprescindible para su supervicencia y los animales volvieron a ser los dueños de su amada tierra.
Mientras, en el fondo de un volcán latía la nube oscura aguardando, agazapada, olisqueando el aire que ahora era libre de nuevo, en busca de seres con los que alimentar su carroña. Regresaría de nuevo....
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