jueves, 17 de mayo de 2012

EL HUESPED

Todavía duele. El intruso se alojó demasiado tiempo. Se sentía a gusto en mi cuerpo y yo lo dejé estar. Me producía placer y calor sentir su presencia.
Lo veía corretear sobre mis brazos. Grandes bultos se levantaban en mi piel, como tumores, que al cabo de pocos segundos, iban despareciendo. 
Mi huésped me amaba, lo sé. Y ese amor hizo que decidiera retrasar el ingreso en el centro de acogida de intrusos.
Y ahora, tras una operación  rápida para evitar mi muerte, solo siento dolor.
Mi amado huésped en un principio solo correteaba por mis brazos y mis piernas. Las normas de la Junta eran estrictas. "En cuanto sientas al intruso corretear por tu estómago, acude al centro de acogida para su extirpación".
Yo no lo hice, por amor. Mi ser jugueteó mucho tiempo entre mi estómago y mi corazón. Sentía un cosquilleo especial cuando él surgía rebelde entre mis pechos. Y yo reía como una loca mientras él me devoraba los pulmones.
Un día, mi pequeño amante decidió dar un paso más en su viaje a través de mi cuerpo. Yo tosía como una vieja que hubiera fumado durante un siglo sin descansar. Y mi huésped ascendió por mi garganta. 

Menos mal que aquella mañana había venido a visitarme la tía Aurelia. Ella siempre me decía que también deseó que su intruso permaneciera con ella tanto tiempo como el mío en su cuerpo. Y me ayudaba, y me curaba las llagas que me iban saliendo en la piel, ya ajada por el tiempo y la tirantez producida por los paseos del intruso.
Aurelia me salvó de una muerte segura. Mi huésped se alojó en mi cráneo y descubrió la sustancia gris. La grasa del cerebro le hacía crecer y comenzó a agrandarse, convirtiéndome en un monstruo.

Me llevaron al centro de acogida de intrusos y me operaron de urgencia. Parte de mi cerebro se fue con él y ahora el dolor es infernal. Mi cuerpo lo desea. No veo, quedé ciega y sorda. Mis manos se agarrotaron y vivo en una silla de ruedas.
Pienso, en mi soledad,  que no era él quien se alimentaba de mí, sino yo quién vivía gracias a él. Y ahora solo siento ese vacío y ese dolor que me carcome las entrañas. 
Aún convaleciente he salido a la calle después del toque de queda. Mi silla de ruedas avanza por la acera. Voy en busca de mi huésped....

jueves, 3 de mayo de 2012

EL ENEMIGO DEL HOMBRE

El ser humano siempre había mirado al cielo en busca del único enemigo que terminara con su especie. Sentía temor y pasión por el espacio exterior y, a lo largo de su historia, había soñado con conquistar planetas inhóspitos donde habitaran seres extraños. Sus sueños de conquista del espacio porque ya la Tierra se había hecho pequeña para sus sueños locos.
Pero nunca pensó que su enemigo estaría en ella, que el ser que lo haría enfermar, que haría peligrar a su especie sería minúsculo. Tan pequeño que solo un potente microscopio  podía dejar ver de forma borrosa sus formas.
Todo comenzó un duro invierno. Llovía todos los días, no salía el sol y el frío calaba los huesos. La humedad se había apoderado del planeta y las bacterias y los virus procreaban a sus anchas sin control. La humanidad inmersa en su crisis particular había olvidado luchar contra los parásitos. Estos campaban a sus anchas entre los animales salvajes.
Un día uno de ellos descubrió el valioso calor humano. Introduciéndose en uno de ellos sin que nadie notara su presencia, descubrió un nuevo y maravilloso mundo de venas, arterias, fibras musculares, impresionantes órganos llenos de vida y, decidió llamar a todos los de su especie para enseñarles aquel descubrimiento.
No eran miles los virus, microbios, parásitos y bacterias que vivían pasando frío y penurias en el exterior del cuerpo humano. Eran miles de millones de seres que nunca habían imaginado que el paraíso celestial se hallaba tan cerca. Fue fácil conquistar aquellos territorios sin explorar. No necesitaron armas, ni luchar, no murieron muchos de ellos en una cruda guerra contra los hombres. Ellos habían olvidado luchar contra la enfermedad, tan solo se dedicaban a destruir sus mercados y enriquecerse cada día más. El hombre vivía repleto de objetos inanimados que no curaban los resfriados.
Ellos, necios y prepotentes, estuvieron años pensando que los estornudos, los fríos, los picores y las muertes prematuras se debían solamente a unas alergias. Mientras ellos se devanaban los sesos en busca de una solución a sus crisis financieras, todos los seres microscópicos del planeta se unieron entre sí y conquistaron sus cuerpos, acabando con su salud, mermando sus fuerzas desde su interior y conquistando la Tierra.

Hoy aguardan, ocultos en la tierra húmeda, en las hojas de los gigantes árboles que han invadido las ciudades, en la humedad de las selvas que han regresado para reinar en el planeta. Esperan que otro ser les otorgue el disfrute del calor, del paraíso de la carne y de la sangre. Mientras, se alimentan de la humedad y de las gotas del rocío. El hombre hace ya días que desapareció y sus objetos se ahogan entre vegetación virgen, muertos, inservibles.