viernes, 31 de mayo de 2013

LA MOTA

La lectura de aquella noche la tenía absorta. No pensaba. Su cerebro se hallaba vacío de malos pensamientos. Sólo las letras, que unidas formaban la historia, bailaban en su mundo interior, plagando sus neuronas de muertos, de dramas, de amores perdidos, de historias inventadas.
A esas altas horas de la noche se oía ulular a una lechuza. Sabía que era una lechuza porque la había espiado a través del visillo de su ventana una noche. Dormía en un grandioso laurel que creía salvaje en un solar vacío a la espera de ladrillo y, sobretodo, de dinero para crecer.
Una mota apareció en su libro electrónico. Desde que se lo habían regalado, casi siempre prefería irse a la cama con él. Echaba de menos el aroma de las hojas de los libros antiguos, pero esos los reservaba para sus viajes relámpagos a alguna playa perdida.
Pasó sus dedos por encima de su pantalla y la mota no se movió. Pensó quizá que era una mancha de la propia página, un archivo dañado o una fotocopia mal hecha subida a internet de forma ilegal. No le dio importancia y continuó en su lectura.
Al cabo de unos minutos o de unas horas; había perdido la noción del tiempo, enfrascada en la lectura, decidió poner punto y final a la sesión de la noche. Cerró el libro y se levantó para ir al baño.
En el espejo del lavabo la contempló. La mota seguía allí, no se había esfumado de su ojo al apagar el ebook. Y parecía más grande. Se restregó con el nudillo de su mano derecha, primero muy suave, y después con más ímpetu. La mota seguía allí, incluso parecía haberse hecho más grande.
Asustada, se acercó a su móvil y envió un mensaje. Al momento escuchó el habitual sonido de pajarito de su teléfono y leyó con rapidez.
"Anda, lávate con manzanilla, se te habrá metido una pestaña en el ojo, no seas paranoica, mujer".
Medio cabreada, medio divertida, fue a la cocina y puso agua a calentar. Mientras hervía el líquido, hizo zapping con el mando del televisor. Era ya muy tarde y la tele basura reinaba en todos los canales. Pasó los más de sesenta canales a la velocidad de la luz, hasta que en un descuido se percató de que su mota ocupaba una cuarta parte de la pantalla.
¿Se estaría quedando ciega? Regresó al cuarto de baño y se acercó al espejo, esperando ver a la molesta pestaña que invadía su ojo izquierdo.
Con los dedos de la mano izquierda se abrió el párpado y observó su ojo, que se movía nervioso de un lado a otro. Huía, o eso le pareció. Intentaba por todos los medios no ser invadido por la mota, cada vez más grande que iba apoderándose de toda la zona blanca del ojo, cubriéndola de una extraña oscuridad.....




Andrea llevaba dos días sin dar señales de vida. No contestaba al teléfono, no acudía la trabajo, y lo más extraño, no interaccionaba en las redes sociales, donde era muy popular.
La alarma la dio un vecino al percibir un extraño olor, como a fruta demasiado madura, casi como si estuviera podrida. Y llegaron los bomberos, y la policía, y la UVI móvil. Rompieron la puerta del apartamento de Andrea con un hacha y la encontraron en la cama, tumbada, inerte.
El olor se extendió por todo el bloque y hubo que colocarse pañuelos en la nariz para no vomitar. El cuerpo estaba hinchado y negro, los gusanos ya campaban a sus anchas por el cuerpo desnudo de la joven, y unas cuantas moscas, las de la muerte, revoloteaban por la habitación.
La autopsia no pudo esclarecer la causa de la muerte. Tuvieron su cuerpo en el Instituto Anatómico Forense de la ciudad mucho tiempo, estudiándolo. Llamaba la atención de los médicos que los ojos de Andrea estuvieran negros, como invadidos por una mancha que se había alimentado de sus iris.

Al cabo de unos meses, todas las personas que estuvieron en contacto con el cadáver, policías, bomberos, médicos, forenses.... comenzaron a ver una pequeña mota en su ojo izquierdo, al principio poco molesta, a la que no dieron ninguna importancia, hasta que.....