jueves, 1 de marzo de 2012

EL FISGON

Parece Toledo, me digo, mientras asciendo la escalinata y tropiezo con los adoquines torcidos, con los salientes de roca mal encajada y resbalo con las zapatillas viejas de suelas raídas y cordones desgastados.
La escalera parece no tener fin. He contado sus peldaños, llevo ciento ochenta y todavía no atisbo su final. ¿Será la escalera que sube al cielo? Al final de mi trayecto encontraré a San Pedro con las llaves de las suites y me asignará la que me corresponde por mis buenos servicios en el mundo terrenal.
Río como un lunático y mis carcajadas retumban en las solitarias y extrañas casas que me acompañan en mi ascenso infinito. Extrañas porque al mirarlas de nuevo me percato de que carecen de puertas y ventanas.
Continúo el ascenso por la escalinata ennegrecida. El sol se aleja y las sombras comienzan a invadir el estrecho espacio entre paredes. Me dan miedo. Se asemejan a las personas que un día debieron habitar aquellas casas sin puertas ni ventanas. Pienso, entonces, en sus almas perdidas, vagando sin rumbo, escaleras arriba y abajo sin encontrar la salida a este oscuro laberinto e, incluso, puedo escuchar sus gemidos lastimeros suplicando clemencia y libertad.
Un momento..., veo una luz que se asoma a través de una ventana solitaria, entre tanta oscuridad, esa luz me reconforta. Desde donde estoy, puedo distinguir una biblioteca bien surtida en un salón acogedor. Mucho me temo que este loco viaje de subida ha tocado a su fin. Entro por la ventana, escojo un libro al azar y me siento en un sillón Basili alumbrado por una Tíffanys de pie, inmediatamente me doy cuenta de que el libro está nuevo, se trata de una primera edición de Crimen y Castigo jamás abierto. Miro a mí alrededor, mi corazón se conmueve con la presencia de un Picasso, un Pollock y un Seurat inéditos. Esta debe ser la casa de un gran coleccionista, en cada rincón, perfectamente iluminada, hay una obra de arte. Siento que estoy en peligro, debo salir de aquí. Lo intento, pero un frío y duro cristal me lo impide, una luz enfoca hacia mis ojos, entorno la mirada aturdido y descubro el letrero que cuelga bajo mis pies: “El fisgón”, óleo sobre lienzo, Diego de Velázquez 1660.


(ESTE RELATO SE HA ELABORADO ENTRE FERNANDO LOZANO Y WISQUENSIN)