Cuentos terroríficos para las noches de insomnio. Ven y descúbrelos para contarlos...
domingo, 23 de noviembre de 2014
LA ESTATUA (DESENLACE)
Desperté entumecido. Miré por la ventana y descubrí que había nevado. ¿Cuántas horas había dormido? ¿O habían sido días?
Me vestí y desayuné un poco de cognac. El alcohol parecía que se había convertido en mi única compañía últimamente.
Y recordé.
La estatua no estaba. La busqué por toda la casa. Había desaparecido. Salí al jardín y descubrí la piscina vacía, llena de basura y hojas muertas, como si hiciera siglos que nadie la usara.
Di la vuelta a la casa, pensando que encontraría todo el terreno levantado repleto de cadáveres enterrados, pero la tierra estaba seca y dura, cubierta por la nieve y no había rastro de haberla removido hacía meses o, incluso, años.
No sentía el viento en mi cuerpo, aunque solo me hallaba tapado con el batín y regresé al interior de mi mansión.
Con una copa en la mano intenté pensar. ¿Dónde diablos se había metido la maldita estatua? ¿Y los cadáveres? En la mesita del té continuaba reposando el periódico que contaba la noticia de la desaparición de la vieja rica. Pero al contemplarlo más detenidamente observé que se hallaba cubierto de polvo.
Recorrí toda la casa, tropezando con los muebles, a ratos llorando y a ratos riendo enloquecido. Todo se encontraba rodeado de polvo, como si hiciera un millón de años que la casa hubiera estado abandonada. Creí estar muerto.
El sol se escondía ya tras las últimas casas vecinas y las luces artificiales comenzaban a inundar las sombras con su luz mortecina. La calle se hallaba desierta. Salí con miedo al exterior. Demasiado silencio, un extraño aire sin sonido me embargaba los sentidos. Me acerqué a la verja de la casa y descubrí que estaba cerrada con un candado viejo y oxidado. No podía escapar de mi propia casa. Grité pero nadie acudió en mi auxilio.
Estaba anocheciendo y ya no sabía que hacer. Entré de nuevo en la casa y descubrí que no tenía línea de teléfono, ni luz, ni agua corriente. La casa se encontraba en un estado deplorable. En esos pocos minutos, eso creía yo, que había pasado en el exterior de la casa, habían transcurrido dos siglos en el interior.
Y apareció la estatua. Salió del interior de un armario. Sus ojos rojizos me miraban y una grotesca sonrisa iluminó su espantoso rostro.
Intenté huir pero fue inútil. La estatua se acercó con sus retorcidos brazos y me abrazó. Lo último que sentí fue un fétido aliento en mi rostro antes de perder el sentido.
Lo encontraron muerto, en una extraña postura y con la cara desencajada de terror. Cuando investigaron el caso, hallaron varios cadáveres enterrados en la parte trasera de la casa. Uno de ellos era el de la rica coleccionista de arte desaparecida meses atrás. Se había resuelto un extraño caso de asesinatos múltiples sin necesidad de investigarlo.
El comisario que se había encargado del caso, antes de cerrar la puerta de aquella inmensa casa, descubrió una estatua apoyada en un rincón. Le llamó la atención su fealdad y decidió llevársela a su mujer como regalo de aniversario; a ella le encantaban esas excentricidades. Nadie había hecho inventario de los enseres de aquel monstruo, y nadie reclamaría sus bienes. La casa ya pertenecía al Estado.
El comisario envolvió la madera retorcida en forma de demonio humano y la escondió en su maletero. Silbando, feliz, se marchó a su casa...