Cuentos terroríficos para las noches de insomnio. Ven y descúbrelos para contarlos...
domingo, 26 de febrero de 2017
EL TESLA ROJO MARILYN MONROE
Me resultaba extraño verlo allí enchufado. Como un vulgar teléfono móvil, el coche se cargaba en el garaje. Rubén se había gastado todos sus ahorros en el moderno automóvil. Un Tesla S2015. Me dejó elegir el color, ¡qué amable! Escogí un rojo Marilyn Monroe que hacía que cualquier humano que anduviera por la calle se girara a su paso para contemplarlo.
Era sigiloso como un gato, ni al arrancar se escuchaba el sonido característico de cualquier otro vehículo. El Tesla conducía solo. Rubén programaba la ruta en el GPS y se divertía dejando el asiento del conductor abandonado para sustos y sobresaltos de otros conductores y viandantes. La policía local nos detenía continuamente y yo, en mi humilde opinión, la comprendía. Prepotencia y soberbia en un solo artilugio. Poseíamos el coche más alucinante del mercado.
Esa mañana Rubén no se había levantado de la cama. Una migraña monstruosa amenazaba con colapsar su cerebro de ingeniero. Sentía pánico a sufrir una muerte cerebral. Cuando el dolor de cabeza se cebaba en sus neuronas, se refugiaba bajo las sábanas de seda barata de nuestra cama. Rubén inundaba su sistema nervioso de ansiolíticos y de analgésicos que lo dejaban medio en coma durante horas.
Desayuné un gran café con leche, tranquila, con una calma de asesina psicópata. Lo he sabido desde su llegada. Ese coche piensa, aparte de conducir solo. Y me odia. Estoy convencida de que siente unos horribles celos hacia mi persona. Porque Rubén me lleva a todas partes con él, y lo aparca, abandonándolo, mientras cenamos, entramos a comprar en los grandes almacenes o vamos a ver la última película de moda en el cine del centro.
Rubén lo deja tirado, agarrado con un cable a un poste especial, como a un perro. El Tesla rojo Marilyn Monroe se siente una mascota despechada. Su mecanismo de defensa ya ha intentado zafarse de mí de mil maneras diferentes.
Una noche, sin causa aparente, saltó el airbag en mi cara. Me rompió la nariz. Tuve que llevar una máscara protectora todo el verano. Deseé que lo robaran o que se prendiera fuego, en aquellos días.
Otro día, en el parking del supermercado, arrancó sin darle la orden y me arrastró unos metros por el suelo mugroso del aparcamiento. Me destrozó el vestido, quedando desgarradas mis medias, el bolso roto con todas mis cosas esparcidas por el suelo y una inmensa rabia contenida.
Rubén decía que eran pequeños defectos rectificables. En el concesionario lo revisaron varias veces sin resultados. El coche estaba perfecto. Creo que el vendedor me miraba con pena. Debía pensar que la que necesitaba una reparación urgente era yo y no el Tesla. Y lo entendía. Quién me iba a creer. Un coche loco, celoso y asesino. Eso solo existió una vez en la mente de un escritor también pasado de rosca.
Ahora, en el garaje, observo esa monstruosidad y sonrío. Pon muy moderno que sea, depende de un enchufe. Y, esa noche, ¡qué casualidad!, a ese único enchufe no había llegado la electricidad. Compruebo, con orgullo de asesina primeriza, que no responde a la orden de apertura de puertas del mando a distancia. El precioso Tesla rojo Marilyn Monroe yace muerto en su aparcamiento.
Las sirenas aullaron. Todo el barrio salió a la calle. Las luces de los flashes cegaban a los policías que acordonaban la zona. Internet bullía de comentarios. La primera foto robada, que un vecino pudo hacer con un móvil, se volvió viral en cuestión de segundos.
Los testigos presenciales del suceso se hacían selfies con una mujer tirada en el suelo. Su cabeza, aplastada contra el asfalto. Restos de sangre y masa cerebral esparcida entre las grietas de la acera. Una puerta del garaje curvada hacia arriba. Un hueco entre el amasijo de hierros de esa puerta. Huellas de un coche que se ha dado a la fuga en cuestión de segundos, después de pasar por encima de la cabeza de la mujer. Los dibujos de un neumático de lujo se observan tatuados entre la maraña de pelo revuelto y mojado por la sangre y los fluidos de aquel inerte cuerpo.
La ambulancia se llevaba a un hombre desquiciado. Gritaba que había sido el Tesla, que su mujer tenía razón. Pero nadie creía sus incoherentes palabras. La policía lo había encontrado en la cama, sedado, dormido, aguardando a que su jaqueca menguara. Ahora buscaban el coche. Un Tesla rojo S2015, la prueba que incriminaría a Rubén en aquel horripilante asesinato.
En los noticiarios se anunciaba como otro caso de violencia machista. Manifestaciones de protesta en el ayuntamiento de la ciudad copaban las portadas de los periódicos nacionales. Rubén permanecía en un centro, controlado por médicos especialistas, aguardando al juicio abierto por asesinato en primer grado. El mundo, aturdido por tanta violencia gratuita en los telediarios, seguía los programas de debate abiertos a raíz del caso.
Mientras, no lejos de allí, en un granero abandonado, un Tesla rojo Marilyn Monroe, escucha las noticias. Espera paciente. Rubén se debe presentar en los juzgados a la mañana siguiente para su juicio. Su amor, su compañero, su dueño. Irá a rescatarlo, ya está preparado, y viajarán hasta el fin de los días, juntos.