Se levantó aquella mañana como otra cualquiera. Desayunó su café con leche de todos los días, sin nada, sin bollos, sólo café con leche sin edulcorar. No abrió la boca, como todas las mañanas, no tenía nada que decir, ni a nadie a quien dirigirse. Hablar con su soledad le deprimía todavía más. Por no tener, no tenía ni gato, ni canario, ni peces, ni plantas. Ya no había nada en la vida que llenara su espacio. Las personas hacía tiempo que habían desparecido de su vida. Ella voló, no lo soportó y lo dejó solo con sus miedos. Sus padres ya se hartaron de él, de sus encierros, de sus locuras ilógicas que volvían loco al más cuerdo. Su perro también se cansó, no fue su amigo fiel, le mordió un día, se volvió loco como él y tuvo que llevarlo a la perrera. De todo esto hacía seis meses. Todo empezó cuando lo perdió todo. Su vida quebró como tantas otras vidas. Saldrás de esta le dijeron, y empezó una lucha interminable. Después de dejar la taza de su desayuno en la fregadera, junto a las otras sin fregar, se dirigió al baño. Lo que más odiaba de la mañana, verse reflejado en el espejo. Contemplar su rostro ojeroso y demacrado en el cristal. Un individuo odioso que le devolvía la mirada airada. Aquella mañana iba a ser como todas las mañanas, larga y aburrida. Todo el tiempo sentado en el ordenador chateando con desconocidos que intentaban insuflarle unos ánimos que ellos tampoco sentían. Pero aquella mañana fue distinta. Al verse en el espejo del lavabo un odio ancestral brotó de sus entrañas. Un odio hacia sí mismo que no fue capaz de controlar. Poco a poco esa ira, esa agonía y ese dolor interno fue subiendo por su esófago hasta su boca y un sonido gutural brotó de su garganta. No fue un grito, fue más bien un jadeo de abandono de su cuerpo. A partir de aquí Néstor no controló ya la situación. Todo se convirtió en una locura. Nunca supo explicar que pasó por su mente para hacer lo que hizo, porque lo único que recordó después fue el sonido del espejo al romperse el cristal cuando su puño lo quebró de un fuerte puñetazo.
Los médicos lo observaban a través del cristal con tristeza. Néstor estaba sentado en un pequeño escritorio al lado de una cama de hospital. Allí una joven maestra comenzaba sus clases de braille, a enseñarle a leer y a escribir en un ordenador especial para ciegos. Ella no quiso preguntarle, ya lo sabía, le habían explicado los médicos por qué aquel guapo chico se encontraba recluido del mundo, maniatado como un loco, y ella no lo entendía en absoluto, pero no quiso decirle nada, no se atrevía. Néstor no pensaba, no quería recordar, pero su mente lo torturaba con los recuerdos. Después de romper el cristal del espejo, recogió una esquirla del suelo y en lugar de cortarse las venas, ojalá hubiera hecho eso, lo que hizo a continuación fue arrancarse los ojos con aquel cristal, para no ver, para no contemplar su rostro nunca más....