Wiss se ha sentido totalmente identificada con las letras de este escritor al hablar del fútbol femenino en la historia. Wiss os puede contar que, allá por el año 1.994-1.995, ella jugaba al fútbol. En Huesca, una pequeña capital de provincia, un modesto club de fútbol base, El Peñas, decidió darle una oportunidad al fútbol femenino creando un equipo para la liga regional. Y allá que se embarcó Wiss, tras años soñando con vestir la camiseta roja de la selección española de baloncesto. Ese sueño truncado por las rodillas y el hecho de amar el deporte de equipo, la hizo animarse a formar parte de esa locura que era convertirse en jugadora de fútbol, un deporte de machos.
Miguel Ángel Ortiz ha recopilado, a lo largo de su vida, toda la literatura a nivel nacional e internacional que ha podido encontrar, ambientada o basada en el fútbol. Y sus palabras, que ahora transcribo, me han hecho recordar que yo viví la misma experiencia que su hermana cuando saltaba al campo a jugar.
Antes de dejaros con esas palabras, contaros un pequeño recuerdo personal wissniano. Cuando empezamos a jugar, apenas teníamos fuerza para darle al balón. Fue a base de entrenos y de chutar a puerta miles de veces que conseguimos acercarnos a lanzar con la fuerza bruta de un jugador masculino. También se nos reían como a la hermana de Miguel y nosotras, sin amedentarnos, comenzamos a llamar a nuestros lanzamientos flojos "tiros barbie" (lo siento por la muñeca) pero era una forma de reírnos de nosotras mismas y de no dejar que nos afectaran las burlas y los insultos de los hombres que venían a vernos para reírse de nosotras.
Mi primer gol fue ridículo. Mi hermano, que estaba en la grada se hizo la croqueta en el suelo de la risa. Pero yo lo celebré como si hubiera sido el gol que me diera una champions. Tiré desde fuera del área y la pelota fue botando como a cámara lenta hasta llegar al pie de la portera y colarse dentro de la portería mientras la pobre intentaba agacharse a cogerla. Perdimos 10-1.
Pero fue el principio de mi particular lucha con el balón. Mi mejor gol, dos años después, fue un tiro desde fuera del área, chutado directamente a pase de una compañera, con el exterior del empeine, y que se coló por la escuadra. Hasta los aficionados del equipo rival me felicitaron.
Ese fue el cambio que vivimos en Aragón. El primer año risas y dos años después aplausos y felicitaciones. La lucha, el tesón y el sufrimiento merecieron la pena.
Ahora Wiss os deja con las palabras textuales de Miguel Ángel Ortiz sobre el fútbol femenino, su hermana y las pioneras, mujeres que se revelaron contra los estatutos de los clubs machistas, como Edelmira Calvetó que fue la primera mujer socio del Barcelona en 1.913, y contra sus propios maridos; y hombres que creyeron que la mujer también podía jugar a este deporte y dar espéctaculo, como Paco Brau que entrenó a las Spanish Girl's Club en 1.914, a pesar de las dificultades que eso entrañaba..
Conozco parte de esta historia porque mi hermana, desde pequeña, jugaba con nosotros como una más. Aunque le daba mil vueltas a la mayoría de los chicos, siempre aparecía el listo que decía que una eliminatoria con chicas era una pachanga, o el bocachancla que mandaba a las mujeres a la cocina. Mi hermana contestaba en el campo. En cuanto se hacía con el balón, buscaba al listillo, lo ridiculizaba con un caño y se clasificaba para la siguiente ronda sin despeinarse la coleta.
Mediados los 90, no abundaban los equipos femeninos. Y menos en pueblos como el mío. Pero con el equipo de fútbol sala del colegio, mi hermana y sus compañeras quedaron terceras de Castilla y León. Ningún equipo masculino llegó tan lejos. Manteniendo el mismo bloque, unos años después formaron las primera plantilla femenina del Alcázar C.D., el club local. Jugaban mis primas gemelas, y hasta mi madre hizo de masajista saltando al campo con un milagroso botellín de agua que lo curaba todo. Al principio, para muchos aquello era un espectáculo exótico. "No corren como los chicos", decían. "No chutan fuerte", decían. "Eso no es fútbol", decían. Pero el fútbol, como la belleza, se esconde en los ojos del que mira, y para ver las cosas importantes de la vida primero hay que aprender a mirar.
Mi hermana marcó todo tipo de goles: de falta, desde el medio campo, de penalti, de jugada colectiva, de cabeza. La llamó la Selección de Castilla y León. Le pagaron 6.000 pesetas por ir a una concentración en Burgos. La mala suerte quiso que el único amistoso que disputaron en mi pueblo no pudiera jugarlo por lesión. Cuando se recuperó, la convocaron para una concentración larga en Canarias. Y nos sorprendió a todos diciendo que no iba. No hubo manera de convencerla. Mi hermana entendía el fútbol como un juego de amistad, y en la isla no estarían sus amigas. Sus compañeras, su familia. Para entonces, sin embargo, ya había cerrado muchas bocas.
La escasa producción literaria sobre fútbol firmada por escritoras también da pistas sobre esta desigual situación. Es difícil apasionarse por algo si constantemente te alejan del objeto de tu pasión, y quizá por esta razón han sido pocas las mujeres que han escrito sobre fútbol. Pocas aparecen en recopilaciones de cuentos o poemarios. Apenas existen novelas. Pero, a través de ellas (y de las futbolistas a las que no pudieron echar del campo), he tratado de contar su historia: una en la que los hombres han intentado dejarlas en fuera de juego con tretas antideportivas, y que reclama la llegada del VAR para revisar a cámara lenta los detalles de muchas jugadas polémicas. Una historia que, ójala, cuenten ellas desde su propio sentido y sensibilidad"....